La universidad necesaria

José Miguel Cruces H.

A finales de los años sesenta, Darcy Ribeiro, ese notable antropólogo brasileño recientemente fallecido, escribió un libro-ensayo cuyo título fue el que encabeza este escrito: la universidad necesaria. Allí, luego de un breve recuento acerca de los tipos de universidades que se han venido creando, aborda el tema siempre vigente de la universidad en los países de esta vasta región de la América hispana, región que pudiéramos calificar como la gran nación latinoamericana, distinta, en esencia, a la gran nación anglosajona del Norte y a las del Occidente europeo. Definir la universidad necesaria en nuestros países -sin pretender adentrarnos en el pensamiento de Ribeiro- pasa, no obstante, por establecer bien los parámetros situacionales que nos caracterizan como naciones.

Los conglomerados humanos que hemos mencionado (americanos del Norte y europeos de Occidente), han intentado siempre -lográndolo en buena medida- imponer su racionalidad y su técnica más allá de lo que nuestra heterogénea raiz debe permitirlo. El resultado al interior de nuestros países se ha manifestado como una suerte de confusión o "carencia de identidad" de pueblo latinoamericano, tras una colonización iniciada por vía de la fuerza en el siglo XVI, y continuada por la vía del sojuzgamiemnto cultural -con base en la ciencia y la técnica- durante los dos últimos siglos, siendo particularmente intensa durante las últimas cuatro décadas.

Aunque en nuestro origen cultural y biológico tenemos componentes de una de esas culturas, la europea hispánica, y un poco menos de la europea mediterránea, es inobjetable que somos, como ya lo decía el Libertador en su Carta de Jamaica, "...un pequeño género humano, que poseemos un mundo aparte; (...) no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores...". De modo que siendo distintos a las culturas que están en nuestro origen, se justifica que nuestras instituciones sean propias a esa condición, y que en ese sentido, por ejemplo, deberíamos tener "la universidad que necesitamos", adecuada a nuestras realidades, profundamente consustanciada con nuestra racionalidad. Desafortunadamente, la ambivalencia del origen pesa mucho -aún- en nuestras formas de actuar. No hemos superado del todo el trauma de la transculturación. Hemos aprendido -como decía Gilberto Antolínez- a rechazar, a esconder lo americano que hay en nosotros; preferimos mostrar el componente europeo, lo cual, entre otras consecuencias nos identifica con los usurpadores, y de allí se explicaría -según este autor- la actitud de desprecio que muchos de nosotros tenemos hacia las etnias auctóctonas.

En otro orden de ideas, pero de similar importancia, Luis Guillermo Lumbreras, antropólogo peruano, afirmaba que los conquistadores venidos de latitudes templadas fracasaron en su intento por desarrollar, especialmente el sur tropical, en razón a que para ello -entre otras cosas- utilizaron tecnologías diseñadas para ambientes templados, y por tanto no apropiadas a nuestra latitud. Hubo éxito sí, en el norte americano en tanto que las tecnologías no eran totalmente ajenas al medio ecológico, aparte que la sociedad instalada en el mismo fue, en su casi totalidad, "transplantada" desde Europa. De ello nunca estuvieron conscientes estos conquistadores por lo que su fracaso se lo achacaron a una supuesta "flojera" o incapacidad del habitante de estas tierras del Sur. Nunca nos entendieron (como tampoco nos entienden aún), pero tampoco hicieron ningún esfuerzo por entendernos. Más tarde diría Simón Rodríguez algo que era tan cierto para ellos como para nosotros: "...es más fácil entender a Ovidio que al indio"; y más adelante diría: "...o inventamos o erramos".

Sean o no ciertas estas premisas, lo que sí es importante es que estemos bien conscientes de que,

Vale decir, debemos estar conscientes de que tenemos un gran reto por delante y de que ello supone de un enorme esfuerzo intelectual para establecer las bases teóricas y prácticas que sirvan de soporte a salidas originales. Deberían ser las universidades las llamadas a generar esa suerte de nuevo marco paradigmático, y en ese sentido, la universidad que tenemos debe estar consciente de ese reto pues no hay otro locus en América Latina en donde se concentre mayor cantidad -por lo menos es lo que se esperaría- de gente pensante e intelectualmente productiva. Sin embargo, a pesar de que intuimos cuál es la universidad que necesitamos, no estamos muy seguros de si ésa es la universidad que tendremos.


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