Es cierto que Venezuela, como parte de la América Latina y de un mundo signado por corrientes de desarrollo sesgadas e impuestas por el Norte industrializado, experimenta un complejo reto de articulación económica que le garantice una dinámica de relación bidireccional con el exterior. Es una realidad inmediata e ineludible bajo los parámetros que impone el sistema económico en el que nos encontramos. Pero es aún mucho más cierto, que ese estilo de desarrollo, típico de la civilización occidental (materialista, cartesiano, racionalista, tecnocrático) es ecológicamente depredador, socialmente perverso y políticamente injusto, tanto nacional como internacionalmenteLa actitud general que hemos mostrado, salvo contadas excepciones, ha sido la de aceptar pasivamente este modelo como hecho ineluctable. Sufrimos lo que Max-Neef ha llamado una "crisis de utopía", una desafortunada incapacidad de soñar mundos, realidades nuevas. Estamos como entrampados, adormecidos, inermes ante una realidad que nos golpea cada día más. A la reproducción y mantenimiento de esta situación contribuyen muchos dirigentes de la sociedad -incluídas algunas autoridades universitarias- al promover una "modernización" fundamentada en un discurso tecnocrático mal aprendido y peor instrumentado, producto más del desconocimiento de su ignorancia que del convencimiento de las bondades de lo que proponen. Es la reiteración de una práctica muy nuestra de "adecuarnos a corrientes modernizantes" instauradas desde siempre por los grupos económicos dominantes, como una forma de mantenimiento de la dependencia tecnológica. A esta práctica debemos mucho de nuestro subdesarrollo. Frases como "mayor competitividad", "ventajas comparativas", "reingeniería", "lentos", "rápidos", "gerencia estratégica", "globalización" etc., de indiscutible vigencia desde la perspectiva del momento económico actual, son, en muchos casos, muletillas asimiladas bajo los designios de una economía de mercado, que lejos de mostrar un estado avanzado de conocimientos sobre el futuro que requerimos, esconden el fardo de la incapacidad para crear verdaderas alternativas de construcción de una sociedad.
Ante esa realidad, tan grande que a veces nos parece que no es con nosotros, la Universidad no puede quedarse callada. La Universidad no puede asumir el papel de reproductora insípida de un conocimiento que, producido en los países industrializados para mantener su propia hegemonía, incide cada vez más en la profundización de nuestra crisis. La universidad tiene que dedicarse, porque así lo establece su misión, al procesamiento, la generación y difusión del conocimiento apropiado a la sociedad a la que sirve. La reproducción del conocimiento sólo debería tener como objetivo, el servir de base para la creación y recreación del conocimiento que requerimos.
La universidad que requerimos, ante todo debe ser eso, una Universidad; y una Universidad se construye con universitarios, así como -parafraseando a Simón Rodríguez- una República se construye con republicanos. De modo que, es inminente que debemos ser lo más universitarios que nos sea posible, vale decir: abiertos y críticos a todas las corrientes del pensamiento; revolucionarios y creativos en la búsqueda y enfoque del conocimiento; firmes en nuestras determinaciones; responsables ante la realidad nacional que nos corresponde enfrentar y construir; respetuosos, y ante todo, humanos en nuestra condición de personas.
La Universidad puede parangonarse con un gran taller de artesanía en el que el obrero es el hombre, la materia prima son las ideas y el producto es el conocimiento. Es un taller en el que deambula creativamente un cúmulo de artesanos, y de aprendices que alguna vez van a ser artesanos de la sociedad. El objetivo final de este taller debe ser crear herramientas para la vida, herramientas de conocimiento teórico y práctico para construir una cada vez mejor calidad de vida. El proceso educativo, calificado alguna vez por Simón Rodríguez como un instrumento para "aprender a vivir", debe ser la dinámica usual que utiliza este taller para ir formando a los artesanos del futuro.
Pero la calidad del producto de este taller, va a depender de la calidad de los artesanos y de las condiciones de trabajo del mismo. A mayor calidad de los artesanos y de las condiciones de su trabajo, mayor calidad en los productos, sean estos herramientas o aprendices de artesanía. Una cosa es segura, a mayor calidad del producto, mayor cotizacion social del taller. De modo que el taller debe buscar la excelencia.
(Comentarios: eloycanocastro@gmail.com )(Página base de la cuestión:)