Con el avance de la tecnología que sostiene ese mundo de posibilidades casi infinito que supone la informática, y en específico la telemática, muchas de las actividades cotidianas pueden realizarse en espacios imaginativos que acortan el tiempo, costos y ámbitos físicos, aparte de que multiplican las posibilidades que otrora suponían un mayor cúmulo de recursos. Se habla corrientemente de espacio, o realidad virtual para definir aquellos ámbitos de operación que permiten realizar actividades de comunicación inmediata entre actores ubicados en sitios distantes y distintos con una eficiencia similar a si estuviesen compartiendo el mismo lugar de modo diferido o simultáneamente. En cuanto al campo educativo se refiere, hablaríamos de aulas virtuales, y por extensión, a las universidades que hacen uso masivo de esta tecnología se las ha llegado a calificar como universidades virtuales.En América Latina el Insituto Tecnológico de Monterrey, en México, es una de las más exitosas en este campo. Sabemos de lo eficiente que ha resultado esta universidad en el enfoque tecnocrático del desarrollo, aspecto que luce acorde al México actual en momentos cuando accede a la globalización del mercado aunque con marcada asimetría respecto de sus pares del norte de América. En Venezuela, la Universidad Simón Rodríguez se prepara para acceder a esa tecnología y para ello va a contar -se dice- con un significativo apoyo financiero del Banco Mundial, la participación de una transnacional de la informática (IBM), y con una extensa cartera de planes y proyectos. Por otro lado, la ULA, cuya calidad en el área no se discute por ser una de las mejores del país, instrumentará aulas virtuales en las que podría contar con instrumentos tecnológicos muy avanzados, y eventualmente con el concurso "virtual" de otras universidades; asimismo, en la Universidad "Nueva Esparta" se habla incluso de un Postgrado en Estudios Virtuales.
No obstante, a pesar de lo muy interesante y prometedor de estos proyectos, no es nuestra intención hablar de esa virtualidad. Cuando nos referimos a la "universidad virtual", en este caso, aludimos al concepto tradicional que deviene de la óptica, como subdisciplina de la física, o lo que es lo mismo, nos referimos a un cierto tipo de universidades que parecen ser, pero que no son; que parecen estar en el sitio institucional que les corresponde, pero que no están. Es decir, tienen el calificativo de universidad, poseen una base jurídica y administrativa que les faculta para funcionar como tales, poseen una masa voluminosa de docentes y de estudiantes, consumen un alto presupuesto del Estado venezolano, pero en la práctica funcionan como otra cosa; con suerte, como alguna vez las calificara Mario Bunge, como agencias dispensadoras de títulos.
Estas universidades tienen su propio ethos, su propia dinámica interna. Este ethos está determinado por condicionantes que les son muy propios, entre los cuales son de mencionar: el partido-personalismo como base ideológica y como criterio de selección de los recursos humanos; la nula institucionalización de los procesos; la docencia como única y obligada actividad académica; el explícito desdén por la excelencia (aunque se predica lo contrario); el efectismo (la pantalla) como estrategia para hacer creer que se practica una intensa innovación educativa; la autocracia como forma de gobierno, y algo básico: el manejo discrecional del presupuesto.
Es de tal magnitud la autocracia con que se manejan estas universidades, que las autoridades -a excepción del rector- también son virtuales; los vicerrectores y afines tienen mucho de decorativos. En este tipo de universidad, antes de que se ejerza la autoridad (auctoritas) -que tiene una base eminentemente moral- lo que se ejerce es el poder, lo cual tiene una base exclusivamente política, y este último se concentra fundamentalmente en el rector quien termina haciendo lo que bien le parece (o conviene), ante la mirada cómplice de los miembros del CNU, entre quienes sobresale el ministro de educación. Por lo tanto la democracia, y más que eso, la meritocracia, espacio político que define la acción de un centro de educación superior, resulta una caricatura que se dibuja con la compra de votos y de conciencias, lo cual es directamente proporcional a la mediatización de sus cuadros académicos. La virtualidad también se expresa en los gremios; estos son parte del soporte que se le da a quien ejerce el poder a cambio de algunas prebendas nunca conocidas, y menos compartidas por los agremiados. Lo más grave de este cuadro es que los estudiantes, quienes pudieran ejercer presión para que se modificase este estado de cosas, caen en el facilismo que les depara una universidad en la que también la excelencia (y exigencia) son virtuales. Luce evidente, en síntesis, que mientras el Estado no evalúe el desempeño y el producto de estas universidades a la manera como alguna vez lo propuso José Joaquín Bruner, el futuro del país tenderá a ser cada vez más virtual.
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