Nadie en su medio sano juicio estará tomando diapositivas en estos tiempos; pero hubo una vez en la que eran la mejor opción para tener imágenes de buena calidad y a un precio asequible. La consecuencia de eso es que quien lo hizo acumuló una cierta cantidad de diapositivas y no sabe qué hacer para que no estropeen más de lo que ya están ni para verlas de vez en cuando, que se supone era el propósito de haberlas tomado. Bueno, ya se entiende por dónde va la cosa: yo soy uno de esos que tiene unas tres mil diapositivas pudriéndose, pero que tiene ganas de recuperarlas. Y hay que tener muchas ganas.
El proceso empieza con las pruebas; al principio uno de iluso utiliza un escáner para que queden bien, pero al llegar a la tercera digitalización ya se nota que ese no es el camino. El escáner, cualquier escáner, es lento y fastidioso. Así que, el siguiente paso es fotografiar las diapositivas. Se puede hacer en forma casi directa, pero los resultados no son adecuados: fallas de nivel, diferencias de luz, enfoque, etc. Así que resulta mejor conseguir un aparato ‘ad hoc’, llamado duplicador de diapositivas que consiste en un cilindro que se conecta al lente de una cámara (digital, se supone) y que en la punta dispone de un difusor de luz (pieza clave) y algún mecanismo para deslizar las diapositivas. Eso es nada.
Luego hay que buscar una fuente de luz apropiada (¿quién tiene una fuente de luz apropiada?). Lo que tengo a disposición es una lámpara fluorescente; eso implica uso de trípode para la cámara, porque la luz no es precisamente brillante; el conjunto que forma la lámpara, el trípode, los cables que van implícitos y el grupo de diapositivas ocupan un espacio considerable.
Al final, se pone uno a fotografiar las fotos, una por una y parece que ya está listo.
Pero no. Ahí es cuando empieza el trabajo. Es evidente que las diapositivas serán viejas, por lo tanto en el mejor de los casos sólo han perdido color, pero pueden tener moho, suciedad, insectos ¡quién sabe! Así que al descargar las imágenes al computador viene el asunto de revivir los colores originales y justificar tamaña inversión de esfuerzo. Para resumir, diré que los ajustes automáticos de niveles funcionan bastante bien y logran un resultado que es tolerable. Y es que necesariamente deben usarse ajustes automáticos porque de otro modo en cada imagen se pueden pasar varios días. Este ejemplo servirá para tener una idea.
La imagen superior es la “original”, esto es, la descargada directamente de la cámara y es un muy similar a la diapositiva original. Claro que la definición nunca será igual, por el hecho de fotografiar una fotografía la profundidad del color y la precisión de los detalles no es tan buena como lo fue la diapositiva en sus tiempos de esplendor. El borde negro señala también la inadecuación de la orientación, cosa que puede mejorarse algo.
Puede notarse aún en esta miniatura cómo la diapositiva tiene un color violeta predominante (en este caso se trata de una iglesia en Quito). Una primera aproximación de ajuste de niveles (hecha con Gimp, aunque Gthumb también lo hace bien) deja un resultado mejor pero con tinte verdoso; mucho rato de experimentación y búsqueda produce la tercera imagen, mejor balanceada (también con un ajuste de perspectiva).
El truco está según parece en el balance de blancos. El problema es que Gimp provee tres herramientas para encontrar el balance apropiado: por punto negro, por punto gris o por punto blanco; y a veces no se consigue en toda la imagen un punto que satisfaga a ninguna de las tres. Por lo que al final ya uno no sabe cuál es el color que estaba buscando ni cuál era el original. Realmente tiene su ciencia (y su arte). El caso es que -si me buscan- estaré digitalizando diapositivas y notificaré su publicación cuando sea el caso.