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2009-03-21

Enemigación

En la más reciente entrega de Bíblica, entre varios trabajos interesantes -como siempre-, hay uno (PDF) algo más llamativo de Peter Dubovský titulado El colapso asirio a través de los ojos de Isaías (2 Reyes 15-23): historiografía de la representación; que desarrolla en varios pasos.

En primer lugar revisa la versión bíblica de la presencia asiria según se relata en el segundo libro de los Reyes.

No hay más de siete menciones de los asirios, pero con ese escaso testimonio Dubovský dice que se puede reconstruir grosso modo la expansión territorial, desde un inicio con la primera campaña de Tiglat-pileser c. 738 a.C, hasta su culminación con la muerte de Senaquerib en 681 a.C.

Pero al describir el mismo proceso expansivo según se conoce por otras fuentes, tanto arqueológicas como textuales las discrepancias con la narrativa bíblica son evidentes. Los asirios comenzaron su expansión unos cien años antes y su imperio duró hasta el final del reinado de Asurbanipal en 612 a.C. Además los sucesos en Reyes están contados de manera desordenada cronológicamente hablando (una historia en wikipedia, con mapa).

Por aquellas discrepancias dice Dubovský que se puede identificar a los escritores bíblicos como judaítas, quienes sólo querían presentar a los asirios en cuanto tenían relación desde su punto de vista con el desarrollo de Israel (Samaria) y Judá. Parece que estos escritores tenían una agenda que se manifiesta no sólo en el orden -o desorden- de los eventos sino también en los comentarios teológicos que colocaban en cada reinado (cosas del tipo “fulano hizo lo que era recto ante los ojos del Señor; o mengano hizo lo que es malo a los ojos del Señor, aunque no tanto como los reyes de Israel que lo habían precedido; etc.).

El relato judaíta se detiene particularmente en el reino de Ezequías, cosa que se manifiesta no sólo por la longitud del relato acerca de este rey sino por la evidente agregación de dos fuentes (que llaman, para no complicarse, A y B), la primera escueta, sintética y la segunda (a partir de Reyes 2:18,17) florida y emotiva.

Ezequías pagó tributo a Senaquerib, sin embargo éste atacó Jerusalén de nuevo, rompiendo con la política tradicional asiria y los escritores bíblicos parecen atribuir a este pecado de arrogancia la eventual caída del imperio asirio.

Dubovský hace también un interesante análisis del poema de Isaías que aparece en el medio del recuento de Reyes; en sus pocas líneas encuentra cuatro (4!) versiones de los hechos, hurgando en la sintaxis de una manera algo exagerada.

Finalmente, cuenta que la versión conservada en el libro de los Reyes apunta a explicar la caída de Samaria y otros eventos como manifestaciones de la intervención divina, y en el caso del colapso asirio como un castigo infligido por Dios a causa de su orgullo (creían tener el poder supremo y eterno). Desde este punto de vista no importa tanto cuándo ocurrieron las cosas sino el por qué ocurrieron, dice.

Poniéndose teórico, Dubovský comenta que el relato bíblico se puede considerar como una antigua forma de historiografía y aplica el concepto de “representación” que define como:

los eventos son interpretados por medio de una óptica específica … que determina la organización global así como la selección de datos. Los escritores no se sienten obligados a presentar todos los datos históricos o a ser objetivamente correctos … prefieren presentar sólo los datos que “representan” la realidad.

Esta técnica historiográfica permite también retrotraer (telescoping) diversos eventos a una historia incluso aunque no estén conectados en la realidad (me pregunto dónde he oído eso). Más adelante, Dubovský destaca que esta historiografía de la representación:

abre el camino para el proceso de enemigación (enimification), en el cual los seres humanos son despojados de su dignidad y consecuentemente justifica toda clase de atrocidades que los perseguidores nunca harían de otro modo

¿De qué hablábamos? Ah, sí, de los asirios. La historiografía de la representación aplicada en el relato del segundo libro de los Reyes cumpliría así con el propósito de los escritores judaítas que finalmente sería un llamado a la conversión religiosa, a ver la intervención de Dios en los eventos pasados (o futuros, total…) y una justificación de la reforma de Ezequías, que -por supuesto- hizo lo que era recto a los ojos del Señor.

Nada que ver con la moderna manera de hacer historia, en la que se presentan hechos ordenada y objetivamente…


Actualización , 9 febrero 2015:

Un artículo de Fernando Mires en el que analiza las ideas de Carl Schmitt y su definición de lo que es un enemigo político (a diferencia de un constructo imaginario o abstracto) parece conceder razón y sumar argumentos a lo dicho en esta nota. Una cita:

Fue el mismo Schmitt quien advirtió los propósitos ocultos que se esconden detrás de los enemigos abstractos y/o universalistas. Cuando alguien por ejemplo afirma actuar en nombre de la humanidad, sitúa al enemigo fuera de la humanidad y así obtiene un pasaporte para asesinarlo cuando se presente la ocasión. “Humanidad —dictaminó Schmitt— es bestialidad”.



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