Acercarse al asunto de la esfinge no es precisamente una tarea sencilla. Entre la versión oficial que atribuye su construcción y el modelo de su cara a Kefrén, por un lado, y los que dicen que fue construída hace más de diez mil años cuando no existía civilización conocida en Egipto, por otro, hay un abanico de teorías que sirve para poco más que echarle aire a cualquier intento de razonamiento.
Por este artículo de Matt Patterson me entero del trabajo de Robert Temple, El misterio de la esfinge: los orígenes olvidados del santuario de Anubis (2009), que viene siendo otra teoría más, pero que tiene su cosa interesante si uno no toma en cuenta que el anterior libro de Temple trata de las visitas de extraterrestres hace 5000 años y cosas por el estilo.
Temple utiliza la estrategia del método científico: observación ante todo. Cuenta que la primera vez que vió la esfinge se dijo que “no luce para nada como un león”. Tradicionalmente se considera que la esfinge es un león con cabeza de hombre, que fue construída por Kefrén junto con su pirámide y templos asociados alrededor del 2500 a.C. y que el rostro representa al propio faraón. Se supone que fue esculpida a partir de un islote pétreo ya existente en el sitio.
Pero según Temple resulta que esa idea leonina parece no venir de su origen, sino de leyendas posteriores quizá originadas con la primera reforma-restauración que hizo Tutmosis IV más o menos en 1400 a.C. Ya en esa época lo más probable es que la esfinge estuviese enterrada en arena hasta el cuello como estuvo hasta fines del siglo XIX.
Todo el mundo está de acuerdo en que la cabeza de la esfinge es muy pequeña en relación con el cuerpo, lo cual podría ser un error de los escultores o bien… una pista de su forma original. Temple vió en el cuerpo similitud con el de un perro; de allí a encontrar la idea de que la esfinge representaba originalmente a Anubis, un dios guardián de los muertos, no es tan alocada.
Sería el protector de la necrópolis de Giza y bien podría haber sido construída por Kefrén, pero habría sido transformada-reutilizada en varias ocasiones, cosa que es tradición entre los egipcios. Temple supone que la famosa erosión sufrida por la esfinge se debe a que estaba situada en una laguna cuyos bordes todavía están visibles y dan esa impresión de “pozo” que la rodea.
Si la esfinge original era una representación de Anubis podría verse así (imagen tomada de aquí, copia del libro de Temple).
Temple hace una investigación a fondo de las referencias históricas a la esfinge, así que no sólo se trata de intuición. Un punto fuerte es que la esfinge con cabeza humana -según él- no fue utilizada en el Imperio Antiguo, sino a partir de 2000 a.C., y supone que la cabeza fue realizada por algún faraón del Imperio Medio.
Para encontrar cuál podría ser sigue un escrito de Ludwig Borchardt (el mismo que descubrió el busto de Nefertiti) que hizo un análisis de las bandas del tocado (nemes) de la esfinge y encontró que el arreglo se corresponde únicamente con el estilo de la XII dinastía, y lo atribuyó a Amenemhet III. Sin embargo, Temple cree que la similitud es mayor con Amenemhet II. Una pequeña escultura-esfinge de Amenemhet II conservada en el Louvre muestra una disposición de las bandas, pintura de los ojos y estructura del rostro muy similar.
Otro artículo, de Biri Fay (The Louvre Sphinx and Royal Sculpture from the Reign of Amenemhet II), llega a la misma conclusión pero ella cree que fue Amenemhet quien copió el rostro de la esfinge para su escultura. Temple supone -al contrario- que fue este faraón el que transformó la cabeza de la esfinge para darle -humildemente- su imagen.
Aparentemente no se sabe con exactitud qué animal expresaba corporalmente a Anubis, se supone que era un chacal o un perro salvaje. Según estudios recientes el chacal egipcio, tradicionalmente considerado subespecie del “chacal dorado” no es tal, sino (100% comprobado genéticamente) un lobo, asociado más bien con el lobo gris, el lobo indio e himalayo.
Si creemos ambas cosas, ni la esfinge es un león ni Anubis es un chacal; cosas que animan a reestudiar asuntos dados por sabidos y que no dejan de ser estimulantes aunque estén sujetas a dudas.