Encuentro interesantísimas las posibilidades que dan las nuevas técnicas a los viejos manuscritos; por un lado, la digitalización y consiguiente publicación facilita el acceso a todo el mundo (en algún caso al menos) a ejemplares muy difíciles o imposibles de revisar de otro modo.
Por otro, la revisión constante y la confrontación con nuevos saberes produce ciertas incertidumbres muy agradables y dignas de estudio, sobre todo cuando proliferan tantas “certezas” repartidas por ahí.
Y no hay que olvidar la belleza pura de los antiguos pergaminos con dibujos a color y letras ornadas que ya hacen un disfrute el sólo mirarlos. Sin embargo…
El profesor de medicina Robert Genta vuelve sobre el asunto de la muerte de Napoleón. Hace algunos años y a la luz de unos análisis del pelo del autócrata se corrió la idea de que había sido envenenado con arsénico. Genta, estudiando las diversas fuentes escritas, incluída autopsia, y cuentos de los habitantes de Elba para la época, etc., dice que no, que se trata de cáncer gástrico, y probablemente debido a infección con Helicobacter pylori.
¿El arsénico? Debe proceder de la pintura del papel tapiz (dice un comentarista del artículo referido), por vía del gas AsH3 y condiciones húmedas; nada fatal. Para diagnosticar, utilizaron (porque son varios estudiosos involucrados) un método novísimo (estilo Dr. House imagino, aunque en este caso no tuvieron que matar al paciente, ya estaba muerto).
Conclusión: el caso sigue abierto, pero ahora hay más hipótesis. Aunque eso no es lo que dicen en la publicación “científica”, donde prácticamente no dejan duda del cáncer.
Otro grupo de siete estudiosos cuenta que haciendo “minería de datos” han encontrado un elemento antibacterial escondido en antiguos libros.
Utilizaron una herramienta de bioinformática semántica (casi ná) para analizar el libro del holandés Georg Everhard Rumpf Ambonese Herbal, publicado hacia 1692 y referido a las plantas de la isla de Ambon, que recopiló mientras era empleado de la Compañía de las Indias Orientales Holandesas.
Luego hicieron una excursión de recolección de las semillas del árbol de atún (Atuna racemosa) y después aplicaron extractos de las hojas y de los granos a ciertos cultivos bacteriales. El resultado fue particularmente importante en las bacterias Gram positivas; y también fue mayor el efecto antibiótico de las semillas.
Como era de temer cuando se lee el título del artículo “Búsqueda de nuevas drogas en herbolarios antiguos”, de esto no puede salir nada bueno. La Clínica Mayo, que patrocinó el estudio ya introdujo una solicitud de patente para la sustancia extraída del árbol indonesio.
No bastó la colonización para expoliar aquellas remotas islas; ahora -lo dicen sin reparo moral alguno- patentarán una medicina tradicional, de más de cuatrocientos años de uso. Y tan felices. Y el “descubrimiento” está perfectamente a la vista de cualquiera que lea el texto. Los propios autores lo colocan en el artículo (refiriéndose a Atuna racemosa):
…estas mismas semillas… detendrán toda clase de diarrea, pero muy rápida y poderosamente, así que uno debería usarlas con cuidado en casos de disentería porque esa enfermedad no debería frenarse demasiado rápido; y algunos consideran este medicamento un gran secreto y confían en él completamente.
Hay gente que tiene la cara dura.