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2012-02-23

Aguado III-XIII

Prosigo con la lectura de la historia de Venezuela de Pedro de Aguado. El resto del libro primero de la obra está destinado a la trágica aventura del siguiente gobernador de la provincia, esta vez nombrado por los alemanes: Ambrosius Ehinger conocido como Miçer Ambrosio Alfinger.

Aguado siente la necesidad de explicar el origen del nombre de la provincia que asocia con Venecia:

Y porque pareçe confusion que sin dar mas claridad a esta provinçia la ayamos nombrado vnas vezes Coro y otras Venençuela sera bien cumplir con esta duda para agora y para adelante por que naide se halle perplexo açerca dello…. Toda o la mayor parte desta laguna esta poblada de muchos naturales que habitan y biven asi en el agua como en tierra

Y pareçiendoles como he dicho a los españoles que por habitar estos yndios deste lago en el agua de la forma que e contado, eran en alguna manera semejantes a los moradores de Venençia pusieron por nombre a la provincia Venençuela y desta suerte se escurecio dende en adelante de tener la provinçia nombre de Coro y quedarse con el solamente la çivdad y asi hasta este nuestro tiempo comunmente aquella Governaçion se a llamado y llama la provinçia y Governaçion de Venençuela.

Describe la laguna de Maracaibo que se llena con “aguas que descienden de Pamplona” (en la actual Colombia); detalla la forma de las canoas indígenas cavadas de un solo tronco y los remos -ambas cosas parecen indicar que conoció la zona- y encuentra difícil de creer (con razón) que Alfinger tenía una canoa que llevaba cuarenta personas y seis caballos. Alfinger pasa al otro lado del lago con unos 150 hombres que no iban de buena gana bajo el mando del alemán. Allí crea una ranchería en lo que posteriormente sería Maracaibo.

El sitio era tan bien considerado por su abundancia de “granadas, parras y arboledas frutiferas”, “caça de conejos, curies, venados y otros, abundancia de pescados y otras cosas de la laguna” que biven oy en aquesta Governaçion algunas personas con gran deseo de bolver a rrehedificar la poblazon y a bivir en ella" y no sin algo de sorna señala que añaden otras bondades “que por no tenellas por çiertas ni verdaderas no las digo”.

Sin embargo, las tierras que cercan la laguna no son sanas, los hombres que bajaban de Mérida (en aquel tiempo y hasta 1777 ciudad del “Nuevo Reino” de Granada); pero probablemente eso no es más que una referencia geográfica pues Mérida fue fundada en 1558-59:

an caydo enfermos de rrenzias calenturas y algunos se an muerto, y los que han escapado por mucho tiempo no se les quitaba del rrostro vna color amarilla que ponia admiraçion…

Tras un tiempo de calamidades y guerra continua por la ribera occidental del lago, regresan a Maracaibo y se separan: los casados y otros se quedan allí y Alfinger se dirige al ‘valle de Vpar’ hasta llegar a Tamalameque, a orillas del Magdalena; los indígenas -que ya iban conociendo la calaña de los visitantes abandonaron el poblado que tenían a orillas de una laguna y se fueron a una isla,

desde donde casi les hazian cocos con las joyas y adereços de oro que sobre si trayan…

(Me sorprende que esa expresión ya se usaba hace 500 años).

Treinta jinetes pasaron nadando con sus caballos, derrotaron a los indios y cogieron preso al cacique Tamalameque. Alfinger decidió quedarse en la zona para expoliar todo lo posible y al mismo tiempo envió a noventa hombres a explorar más adelante. Esta aparente oportunidad fue notada por los indígenas que reunieron una gran hueste y llegaron hasta la ranchería, pero resultó que todavía quedaban bastantes españoles y se vieron obligados a rendir las armas, “las cuales hicieron un montón de dos hombres de altura” (cosa que no impresiona a Aguado, porque en Perú un montón similar no era de arcos, flechas y macanas sino de oro y plata).

Alfinger pidió rescate de oro por el cacique que junto con algo que trajeron los exploradores enviados previamente alcanzó un total de setenta mil pesos. Agotada la zona de recursos, Alfinger envía a una comitiva de 25 soldados a Coro con los 70.000 pesos a los fines de atraer más gente bajo el mando de un tal Gascuña.

Gascuña decide regresar recortando camino y para no atravesar el lago de Maracaibo, atraviesa la sierra y buscando salida hacia el lago se pierden totalmente, con tales dificultades que se ve obligado a enterrar el tesoro en algún lugar de la sierra “bajo una ceiba”.

El hambre y las penalidades sufridas hacen que comiencen a comerse a los indios que todavía quedaban con ellos; al final, sin saber qué hacer, deciden separarse y cuatro de ellos llegan a un río “cerca” de Mérida (¿quizá el Chama por El Vigía?), del resto nunca más se supo.

Estas joyas sobrevivientes consiguieron a unos indígenas, les pidieron comida por señas y cuando se la traían los atacaron, mataron y terminaron preparándolos en barbacoa. Aguado detalla con bastante repugnancia y como sin querer el apetito caníbal de los cuatro españoles.

Debido a que uno de ellos -Francisco Martin- tenía una herida en la pierna lo dejaron y los otros tres se fueron río arriba (y nunca más se supo de ellos). Francisco Martín es quien cuenta toda la peripecia de Gascuña, incluido el entierro del tesoro.

Cuando lo dejaron fue río abajo navegando con un tronco y fue acogido como una curiosidad por un cacique que encontró (o que lo encontraron), después asumió las costumbres indígenas y aunque parece haber pasado trabajo al principio, terminó casándose con la hija del cacique, tuvo tres hijos y allí vivió por tres años (el cuento no termina aquí).

Mientras tanto Alfinger salió de Tamalameque y fue subiendo por el Magdalena, pero los mosquitos (que han tardado mucho en aparecer en este relato) lo obligaron a subir a las tierras altas; por allí llegó pasando hambre hasta una laguna que tenía caracoles y gracias a eso pudieron subsistir por casi un mes, durante el cual un grupo de sesenta hombres comandado por Esteban Martín fue a explorar la provincia de los Guanes.

Esta laguna que ha desaparecido según parece se encontraba en lo que ahora es el centro de Bucaramanga. De allí se dirigieron al nordeste por las zonas donde más gente hubiese, haciendo correrías y arrasando por donde pasaban. En lo que parece ser el paso por un páramo (un tal valle de Rabucha o Rabicha) “un día turbio cargado de agua y viento” murieron de frio muchos indios, caballos y españoles.

Dice Aguado que Alfinger llevaba un grupo de indios encadenados por el cuello y cargados con sus cosas, y cuando uno de los indios se caía o enfermaba, un auxiliar -para evitar romper la cadena- le cortaba la cabeza. Algo más tarde los indios que ya lo tenían en la mira se encargaron de cortarle la cabeza a él.

Pasaron al siguiente valle, Chinácota, y allí flecharon a Alfinger que paseaba (¿?) con Esteban Martin, y murió a los cuatro días. Después de mucha deliberación nombraron capitán a Juan de San Martín y continuaron por el rumbo establecido hasta los llanos de Cúcuta

tierras mal pobladas que agora sirven de criaderos de ganados a los vezinos de Panplona y a los vezinos de la billa de San Cristoval, por estar en medio de los confines destos dos pueblos

Como iban más o menos por la culata del lago de Maracaibo llegaron a la zona donde había quedado Francisco Martin, en efecto lo encontraron y se fue con ellos. Llegaron a Coro -dice Aguado- cinco años después de haber salido de allí. Ya en Coro, Martín regresó con su familia indígena y debieron forzarlo (más de una vez) a volver, hasta que finalmente lo apartaron a Nueva Granada.

Antes, el gobernador Venegas lo convenció de ir a buscar el oro enterrado de Gascuña. Llevaron sesenta hombres y un caballo (sin silla, especifica Aguado) por la ruta de Tamalameque tratando de revivir los recuerdos del único que podía encontrar aquella ceiba; pero de todas formas se perdieron de nuevo y sólo pudieron regresar a salvo porque Venegas iba dejando marcas por el camino.

Algunas fuentes posteriores complementan o corrigen la versión de Aguado. Por ejemplo, en el número de viajes que hizo Alfinger entre Maracaibo y Coro, o en los nombres de los personajes; pero en general parece estar bien informado y ser fiel a los hechos. Su relato es trágico de varias maneras; la violencia y la muerte era el modo de obrar de toda la compañía de Alfinger (aunque hay versiones posteriores más moderadas ninguna es mucho mejor).

La oposición indígena fue constante, sólo la superioridad de las armas y probablemente la desesperación de los españoles para enriquecerse explican su derrota casi generalizada.

Cuando se leen estos relatos tan inmensamente trágicos -y eso que están contados desde un punto de vista favorable - uno se pregunta cómo han podido sobrevivir algunas comunidades indígenas hasta nuestros días.

Areas recorridas por Alfinger (supuestas\)



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