Dando tumbos por los entresijos de la red encuentro el sitio de Peter Cho, autor de una instalación (artística) denominada Takeluma que según sus palabras busca “explorar la relación entre sonido, línea y cuerpo”.
La instalación propiamente dicha, resultado de su tesis de maestría en MIT Media Lab, fue efectuada en Los Angeles en 2005; pero lo que me enganchó en primera instancia fue este planteamiento extraído del sitio dedicado a la obra: si se presenta ante una persona la siguiente gráfica y se le pide asociar las dos partes con las palabras inventadas takete y maluma (también “bouba” y “kiki”) más del 95% de las personas emparejará la parte izquierda con takete y maluma con la parte derecha.
Resulta que experimentos de este tipo se vienen haciendo desde los años 20 y parecen constatar una relación consecuente entre sonido e imagen que no estaría asociada al lenguaje. Mi reacción fue la previsible y de verdad me impresionó; sin embargo, un segundo acercamiento al asunto me hizo notar que las letras T y K son angulares, mientras que M (al menos minúscula) y B son redondeadas, con lo cual habría que ver si la asociación se mantiene en personas analfabetas o que manejan algún tipo de escritura no latina.
Porque el mismo Cho publica el contraargumento en su tesis (PDF), un papel de unas treinta páginas con una compilación sumamente atractiva de ideas acerca de escrituras imaginarias, alfabetos ideales y reflexiones sobre las máquinas como intermediarias en la cadena sonido-imagen-significado (incluyendo el lápiz) y que entre otras citas interesantes tiene esta de Walter Ong, pues aunque las palabras están basadas en el habla, la escritura las encierra tiránicamente en un campo visual para siempre.
El individuo alfabeta no puede retener un texto puramente oral sin apelar a la imagen de su representación escrita así que el experimento anterior pudiera ser no más que la corroboración de esa idea.
Cho menciona tres niveles de enlace entre sonido y significado; un nivel corpóreo (o básico) en el que el sonido significa directamente (como un grito o una carcajada), un segundo nivel “imitativo” expresado en las onomatopeyas, y un tercero que llama simbolismo sonoro sinestésico refleja el uso de ciertos fonemas o entonaciones para representar propiedades -visuales o táctiles- de los objetos, como por ejemplo cuando decimos “era graaaande” o “dulciiito”.
Dice que es común en todos los idiomas que las palabras que denotan pequeñez tiendan a poseer vocales frontales altas (según entiendo, i, e). En otro tipo de simbolismo, menciona los grupos de letras que parecen relacionarse con ciertos campos semánticos aunque dependientes del lenguaje específico, como por ejemplo -en inglés- el grupo gl que parece estar presente en palabras que se refieren a la luz reflejada (glisten, glitter, glimmer, glass, glow, gleam).
Refiere que hay una compañía llamada Lexicon Branding que se dedica exactamente a eso, a encontrar ese tipo de relaciones para crear marcas comerciales; según un artículo referido por Cho (se puede ver aquí) han encontrado que los sonidos consonantes como p, b, t, d implican lentitud y que los fricativos como f, v, s, z rapidez.
En suma, aprovechan las posibles connotaciones emocionales de los sonidos para vender, “cortocircuitando el intelecto y apuntando a las entrañas, atacando los impulsos primarios de deseo y lealtad de marca que nos hacen consumir” en palabras de Cho.
Los futuristas y los dadaístas serían quienes aprovecharían en sentido más irracional esa capacidad de emocionar sin semántica; como ejemplo cita a Kurt Schwitters que compuso una especie de sonata (Ursonate) con frases sin sentido alguno, aunque escrita para pronunciarse según la ortografía alemana (aquí se puede escuchar).
Luego, Cho prosigue su discusión presentando el alfabeto coreano hangul o hangeul que tiene la particularidad de haber sido creado apenas en 1446 y adaptado a las condiciones del idioma; cada signo se inscribe (y escribe) en un cuadrado imaginario y corresponde a una sílaba. El hangeul sería el alfabeto más racional existente, debido en parte a su falta de historia, y aunque da la impresión de ser ideográfico es totalmente fonético.
Ya se sabe que la escritura en idioma inglés es prácticamente logográfica y casi absurda, el alfabeto coreano sería su opuesto, seguramente por esa razón Cho pasa a contar el concurso que George Bernard Shaw propició para diseñar un alfabeto fonético adecuado para esa lengua y distinto del latino. El ganador, Kingsley Read cuenta las peripecias del desarrollo, que incluyeron una decisión judicial adversa a la adjudicación de dinero del legado de Shaw para ese fin.
Este alfabeto, ahora llamado ‘shavian’ es sistemático y adaptado a la escritura cursiva, aunque tiene poco uso actualmente.
En una onda algo distinta, Cho recuerda el proyecto de Donald Knuth (creador de TeX) de metafont, no un alfabeto sino un conjunto de instrucciones (software, al cabo) para crear o describir familias tipográficas, porque una cosa (el sonido representado en el alfabeto) va con la otra (la calidad visual o expresiva de la letra).
Cuenta acerca de las placas metálicas cubiertas con algún granulado, como arena, que Chladni hacía vibrar con un arco de contrabajo en las que aparecían patrones sorprendentes (en 1785) y que sería una de las primeras formas de representación gráfica del sonido.
Más sonoro es el invento de Edouard-Leon Scott de Martinville del fonautógrafo, un dispositivo que dibujaba las ondas (por la vibración de una membrana) en un tambor rotatorio ya en 1860, que por cierto ha causado cierto revuelo hace pocos días debido a que se pudo reproducir un fonoautograma preservado en papel.
Después de estos y otros análisis, Cho diseño un fonoautógrafo digital que transforma las palabras emitidas por el espectador-actor desde un micrófono en una gráfica contínua, pero con la particularidad de que cada fonema es representado consecuentemente, según un alfabeto diseñado por Cho en el que las consonantes se muestran como deformaciones de una línea u onda y las vocales mediante la división de esa línea.
Una tesis que no ha sido una carga leer (¡al fin!).