Releo ‘Yo, Claudio’ el famoso libro de Robert Graves y lo encuentro realmente entretenido. Claro que a las pocas páginas uno se pregunta por qué no fue bautizado más apropiadamente ‘Ella, Livia’, ya que el Claudio de Graves le da una importancia suprema a su abuela en la dirección y el destino del imperio que uno creía de Augusto.
El capítulo nueve describe un encuentro hipotético -presenciado en la novela por Claudio- entre Polio y Livio, dos historiadores romanos de fama. La discusión se centra en cuál es la mejor manera de escribir la historia. Se pone a Livio como modelo del historiador fabulista, que apela a tradiciones y sentimientos “nacionales” más que a fuentes y documentos; mientras que Polio aparece como un historiador “seco”, sin “poesía”.
Evidentemente, Graves utiliza en su novela el estilo de Livio, sin embargo, en el texto, es Polio quien sale mejor parado. Para rematar el mal papel de Livio, dice que Polio le preguntó a Livio si siempre tenía la misma dificultad para manejarse entre el montón de tabletas de bronce y los tejemanejes de la burocracia en los archivos de la oficina de documentos públicos, y Livio respondió: “¡qué va! ninguna dificultad”. Esto era debido a que ¡nunca había estado allí para corroborar ningún hecho!
Y por cierto que el ingenio de Graves es tan alto como su erudición. Debe ser muy difícil escribir sobre una época y componer una serie de circunstancias y diálogos basado solamente en lo que ha quedado escrito, aun cuando la ’licencia poética’ le permita imaginar situaciones como la de este encuentro ’literario’.
Esto me recuerda otros dos libros-novela históricos que también son apasionantes y divertidos: ‘Sinuhé, el egipcio’ de Mika Waltari; y ‘Memorias de Adriano’ de Marguerite Yourcenar.
Los tres libros comparten un par de aspectos: están escritos en primera persona y sólo los he leído en traducciones. Parece que escribir en primera persona facilita la ingente tarea de reconstruir tiempos pasados. Además, pertenecen a una época similar (dice uno): ‘Claudio’ es de 1934; ‘Sinuhé’, de 1945 y ‘Adriano’ de 1951.
También resulta interesante el destinatario de cada autobiografía. Sinuhé la escribe para sí mismo, un poco decepcionado de todo, de faraones y de dioses. Adriano escribe una larga carta a su sucesor. Y Claudio escribe simplemente para una posteridad remota (que coincidencialmente es la de Graves…)