Hace algún tiempo (bueno, está bien, hace ya más de 10 años) tuve ocasión de tratar a la gente que trabajaba en evaluación institucional en las universidades venezolanas, esfuerzo cuyo resultado previsible ha sido más que confirmado ampliamente.
Ellos llegaron a la conclusión de que había y bastaba con tres criterios fundamentales para evaluar una institución, que llamaban ’eficacia’, ’eficiencia’ y ’efectividad social’ o ‘pertinencia’. Con ocasión de una meditación inducida por ciertos medicamentos post-operatorios (suero y analgésicos) tuve suficiente tiempo para observar el funcionamiento de una institución del sistema de salud, y llegué a la conclusión semi-obnubilada de que en este país las instituciones son -cuando funcionan bien- totalmente eficaces: cumplen su función, de alguna manera; en caso contrario son adorno presupuestario, reparto de dólares petroleros o lo que sea; pero al mismo tiempo, no son eficientes o al menos no son tan eficientes como cualquier desatento observador puede notar con tan solo poner un pie en cualquiera de ellas.
Evidentemente, la eficiencia no puede considerarse un criterio económico sino más bien cultural en tanto que la eficacia pasa por eficiente o no según como sea la manera de ver el mundo de cada región (la weltanschaaung que dicen).