Porque ¿qué era leer sino apoderarse lentamente de la memoria de otro?
Si fuese a reseñar El libro negro de Orhan Pamuk tendría que imbuirme del carácter erudito de un profesor de literatura o historia invitado por un acaso a disertar sobre el particular.
Podría comenzar por describir los personajes: Galip es abogado, vive en Estambul, y aunque está casado con su prima Rüya no parece estar cercano a ella ni a sus intereses, de los cuales sólo se menciona -repetidamente- el de las novelas policíacas y eso con un dejo de crítica sobre la manipulación de sus autores sobre el lector, ignorante de las claves que posee el escritor.
El entorno familar de Galip es supuestamente similar al de la mayoría de familias de Estambul, que viven o han vivido muy unidas incluso en un mismo edificio por varias generaciones, en este caso el edificio es el Sehrikalp , situado en una calleja trasera del barrio Nişantaşı. Galip es sobrino (más bien primo con menor edad) de Celâl, columnista del diario Milliyet, del cual nos vamos enterando que es sumamente popular y bien considerado.
La trama comienza con la desaparición de Rüya que abandona el apartamento que comparte con su marido y prosigue con las peripecias que durante una semana sufre Galip en su búsqueda, a la cual se suma al poco tiempo la de Celâl una vez descubrimos que también ha desaparecido aunque se siguen publicando sus artículos. Los hechos se desarrollan en la Turquía de mediados de los años ochenta, el libro fue publicado en 1990.
Después podría destripar la estructura del libro, que consiste más o menos en el relato de las desventuras de Galip que recorre y vuelve a recorrer las calles de Estambul describiendo entretanto el comportamiento de la gente, las aceras nevadas, las tiendas cerradas, sus propios recuerdos y las memorias de la ciudad, intercalado con capítulos compuestos por largos artículos de Celâl que consisten en historias en sí mismos y podrían leerse tranquilamente aislados del resto (el retiro de las aguas del Bósforo en el que describe lo que quedaría al descubierto si tal cosa ocurriese; la oscuridad del edificio, referido al pozo “de ventilación” de los edificios como el Sehrikalp).
Diría que el tono del relato es melancólico, no sólo o tanto por la desventura de Galip, abandonado y sin saber qué hacer o a dónde ir, ni por la personalidad de la vieja ciudad, sino por la permanente evocación de recuerdos del protagonista y de la ciudad y de la ciudad vista por el protagonista, las referencias a la historia del país, a las mitologías persa y árabe junto con la interferencia de herejías y desviaciones del Islam, todo envuelto en un ambiente de declive y añoranza de los tiempos del imperio.
También podría puntualizar que el libro trata de la identidad , pero no sería justo ni suficiente porque no es que Pamuk toque el asunto, sino que hurga en él, lo exprime y lo deja sin una gota de sustancia. El libro, que es una especie de mil y un libros colocados sobre y a veces ocultos bajo la búsqueda de Rüya, contiene innumerables formas de identidad falseada, corrompida, disfrazada, simulada. No creo que haya una manera de convertirse en otro o dejar de ser uno mismo que no esté planteada y desarrollada, ni una arista le ha quedado pendiente.
Este libro es complejo y es ciertamente Literatura, no se trata -aunque también- de una secuencia de hechos lineal y mayormente predecible con una conclusión. No resulta extraño por ello que varias reseñas (ej.) aludan a Borges por aquello de los libros infinitos, bifurcantes e inacabados. El asunto de la identidad no se limita a la que pueda adoptar por voluntad o aceptar por imposición una persona, antes bien se percibe que tiene que ver con la propia forma y funcionamiento de la ciudad, por una parte, y por la otra con el cambio o transición del propio país durante el siglo pasado: la pérdida del imperio otomano, la nueva supuesta democracia, el alfabeto latino, el cine, los libros, las modas y los comportamientos occidentales.
El ejemplo notorio es la visita de Galip (o de Celâl, no estaría seguro) a la más antigua fábrica de maniquíes turcos, ya no utilizados ni requeridos y que sólo cumplen algún servicio como museo de una antigüedad caduca. Los nuevos maniquíes (occidentales o occidentalizados) no reflejan ni la forma de los cuerpos ni las poses ni los gestos de la gente turca.
Aún más, diría, la conversión de algo en otra cosa se aplica incluso a las palabras, sus significados y las partes del discurso. Uno percibe por ejemplo que los artículos de Celâl, autocontenidos y significantes, apuntan a alguna otra realidad ulterior sólo por ser colocados en determinado lugar de la otra historia, la de Galip. Hay allí una semiótica, o una intriga semiótica: cómo y por qué una palabra- persona-ciudad-país puede referirse no a su significado directo sino a otra cosa; cuál es entonces la identidad permanente, el verdadero ser.
Podría mencionar las alusiones algo sospechosas de la conducta del famoso poeta Mevlâna (Rumí), origen de los derviches giróvagos, relacionadas con la vida solitaria de Celâl. Igualmente tocar el asunto de las salidas nocturnas del sultán Mehmet disfrazado para no ser reconocido y pasar por uno más de los habitantes de Estambul. Entraría en el tema del hurufismo y su creador Fazlallah que veía significados ocultos en las letras del Corán y veía letras árabes en la cara de las personas. El mismo Mehmet era hurufí.
Y aún así faltaría mencionar la lenta adquisición de Galip de todos los rasgos de Celâl, incluido su puesto de articulista en el periódico; y la historia del verdugo viajero con la cabeza de su víctima a cuestas; y la posible relación con el Hüsn ü Aşk (Belleza y Amor) de Şeyh Galip, en la que uno de los amantes busca al otro por cualquier cantidad de interminables dificultades sólo para darse cuenta al final de que no son dos personas sino una.
Debo ser yo mismo
Como carezco de tal capacidad lo más que puedo asomar es que El libro negro es enrevesado, detallista, algo pesado a ratos por la exhaustividad de las enumeraciones, y sin embargo, una vez traspasada la primera parte, suficientemente entretenido para merecer continuarlo, en gran medida porque las subhistorias, que son muchas y muy variadas pueden verse como unidades autónomas sin más referencia, como una enciclopedia.