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2007-10-03

La sopa de Spencer Wells

Terminé de leer La travesía del hombre (The Journey of Man, 2002) de Spencer Wells, libro cuyo título sería bastante incorrecto en esos lugares donde se confunde gramática con biología por aquello de no mencionar el otro género. Después me enteré que el libro es un complemento o quizás un subproducto de un documental televisivo; de allí que el tono es divulgativo y asequible.

La lectura da la impresión de estar dividida en dos partes: en la primera se establece lo que parece ser la posición oficial de los genetistas, presentada con fuerza argumentativa, referida a la dispersión de los primeros humanos por África y a partir de allí hasta Australia, hace unos 50.000 años o poco más; la denominada “Eva” se ubicaría hace unos 120.000 años.

En la segunda parte, cuando ya se acerca a menos de 30.000 años la cosa se le empastela y la explicación no es tan convincente, basta notar que empieza a apoyarse en teorías de familias de lenguaje y en rasgos culturales o arqueológicos, dicho de otro modo, la genética no alcanza (hasta ahora) para echar todo el cuento de la dispersión humana.

A lo largo de todo el libro Wells explica el proceso de investigación genética, fundamentalmente la detección de cadenas de polimorfismos en los cromosomas uniparentales, el mitocondrial (materno) y el Y (paterno) que supuestamente no se mezclan en las sucesivas generaciones.

Para ello utiliza como metáfora la elaboración de una sopa (la Bouillabaisse en particular) suponiendo varias cosas: que la receta es antigua, que el número de ingredientes no disminuye sino que cambia o aumenta y que si se analiza la distribución actual de las recetas de la sopa se puede deducir dónde se originó y -lo más difícil de creer- cuándo.

La metáfora no es del todo inconveniente, porque permite entender el asunto, de alguna manera. Si se dispone de la distribución geográfica de las recetas de sopa o de las secuencias genéticas no parece complicado deducir el origen, sería la región donde las recetas -o las cadenas de nucleótidos- son más diversas.

Este análisis conduce directamente a África en lo que respecta a los primeros hombres -¡y mujeres!- modernos; sin embargo, no sé a dónde lleva en el caso del hervido de pescado.

Ahora, en lo que respecta al cálculo temporal, los genetistas estiman que las variaciones o mutaciones en las cadenas de estos casi invariables cromosomas se dan con una frecuencia regular, por lo tanto, si detectan un cierto número de cambios pueden estimar el tiempo transcurrido y así han llegado a determinar (aproximadamente por supuesto) la antigüedad de un cierto “ingrediente”.

En fin, asumiendo que las cosas sean como las pinta Wells lo que me llama la atención es la relativamente escasa edad de esta especie que compartimos; no más de 50.000 años, que es como decir entre 2.500 y 3.000 generaciones (o degeneraciones, según el punto de vista). En ese número de reproducciones la humanidad pasó de unos pocos cientos a siete mil millones… y después hablan de la drosophila.

Wells tiene un particular interés en Asia central, ya que como era de esperar es el sitio clave en la separación de lo que luego serían europeos, chinos ¡y americanos! La confirmación genética es eso, confirmación, porque basta ver una secuencia de fotografías de personas autóctonas de aquellas regiones para apreciar la transición entre tipos y colores de un extremo al otro.

El asunto no queda ahí, inmediatamente después de la publicación del libro y del documental Wells fue contratado para dirigir el proyecto Genográfico de National Geographic, que persigue construir una inmensa base de datos de variación genética con la contribución voluntaria de quien así lo desee. Los participantes -que deben pagar unos 100 dólares- reciben a cambio la información obtenida de los análisis de su saliva.

En el primer informe, publicado en forma abierta recientemente en PLoS Genetic -como debe ser- cuentan que van cerca de 80.000 personas analizadas y continúa… la idea es tener una base estandarizada que permita ubicar a cualquier persona en un contexto ancestral de manera más rápida. Y para ello -si no malentiendo- utilizan apenas una secuencia de alrededor de quinientos nucleótidos del ADN mitocondrial.

Hay un tinte comercial en esto, pero hay otro caso en ejecución por la Universidad de Oxford en el que esperan contar con 3.500 voluntarios de 30 regiones de las islas británcias y aun les faltan 700; en este caso que es gratis no les darán información sobre los resultados de manera personal y tampoco aceptan a varios miembros de una misma familia y buscan solamente a personas de las zonas rurales cuyos abuelos hayan vivido en la misma zona, lo que luce coherente para obtener algún esquema de poblamiento antiguo.

El otro asunto que no entiendo en primera instancia es que Wells no menciona a Stephen Oppenheimer, que tiene un planteamiento similar (versión oficial también) en el sitio de la fundación Bradshaw que he mencionado alguna vez.

Queda por ver si los estudios cada día más abundantes logran establecer una mayor resolución en los análisis, pero al menos a nivel de grandes poblaciones -y salvo prueba en contrario- el mapa de la dispersión humana está más o menos establecido.



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