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2012-06-20

Ostracismo de Aristides el justo

Dicen que la democracia ateniense empezó con la reforma de Clístenes y que ya desde un principio estaba totalmente desarrollada. No sé; el caso es que entre otras cosas como rotación permanente de todos los cargos, duración no mayor de un año, no repetibles en lapsos de 10 años, etc. los previsivos legisladores incluyeron un mecanismo que también mediante votación popular permitía sacar de la vida pública a cualquier ciudadano, en particular a los que se creyesen que ya eran líderes eternos: el ostracismo.

Para que se diese el destierro de una persona debían hacerse dos votaciones, una en la que se votaba si ese año habría algún destierro, que debía reunir al menos 6.000 votos y otra que sólo se daba cuando se cumplía la primera condición, en la que se elegía el nombre de la persona a desterrar, que también requería un mínimo de 6.000 votos.

El ostracon o cascajo cerámico que se utilizaba para escribir el nombre de la persona a exilar dio origen a la denominación del proceso que bien podría denominarse cascajismo.

Cascajo de Aristides

Por esas complicaciones sólo un puñado de políticos fue exiliado por ostracismo, aunque la práctica cayó en desuso entre otras razones porque no era tan difícil desviar los resultados; la mayor parte de la gente era analfabeta y requerían ayuda para escribir el nombre, de allí también que probablemente hayan existido funcionarios que cumplían este propósito como se intuye por el gran número de cascajos encontrados que tienen letra similar.

Lo que dio ocasión al famoso caso de Aristides, quien estaba en esto de votar un ostracismo y un hombre a su lado que no sabía escribir le pidió que pusiese en el cascajo el nombre de Aristides , un poco sorprendido quizá, le preguntó:

Aristides, escribió su nombre y le devolvió el cascajo, según documenta Plutarco en sus Vidas Paralelas. Efectivamente fue desterrado a pesar -o a causa de- su participación exitosa en la batalla de Maratón y en otros asuntos públicos.

Tanto Platón como Aristóteles concuerdan en que era el más honorable de los atenienenses. Sólo tres años después (de los diez pautados de exilio) fue llamado de nuevo a Atenas porque se avecinaba la nueva invasión persa; pese a su conflicto de larga duración con su coetáneo Temístocles lo respaldó y secundó en Salamina. Luego participó en la batalla de Platea (no está claro si Temístocles lo hizo).

Con respecto a la enemistad de Aristides y Temístocles, y sus diferentes caracteres y maneras de ser cuenta Plutarco -citando la fuente (Aristón de Ceo)- que:

La enemistad de ambos dimanó de ciertos amores, hasta llegar al último punto: porque enamorados de Estesilao, natural de Ceo, sumamente gracioso en la forma y figura de su cuerpo, llevaron tan mal la competencia, que aun después de marchita la hermosura de aquel joven no cesaron en su oposición; sino que como si se hubieran ensañado en aquel objeto, con el mismo afecto pasaron al gobierno, acalorados y encontrados el uno con el otro. Y Temístocles, dándose a cultivar amistades, alcanzó un influjo y poder de ningún modo despreciable; así es que a uno que le propuso que el modo de gobernar bien a los Atenienses sería el que se mostrase igual e imparcial a todos: “No querría- le respondió- sentarme en una silla en la que no alcanzaran más de mí los amigos que los extraños”; mas Aristides, manteniéndose solo, siguió en el gobierno otro camino particular: lo primero, porque ni quería tener condescendencias injustas con sus amigos ni tampoco disgustarlos, no haciéndoles favores; lo segundo, porque veía que el poder de los amigos alentaba a muchos para ser injustos, y él entendía que el buen ciudadano no debía poner su confianza sino en hacer y decir cosas justas y honestas.

Aristides murió pobre porque nunca se aprovechó ilícitamente de sus cargos públicos, y tampoco lo permitía a sus amigos o familia; en fin, un hombre memorable por su rareza y virtud… pública.

Todo esto hace que uno pierda interés en el ostracismo, porque suena interesante para variar un poco el panorama político que suele ser de eternos recandidatos, rediputados o represidentes, sin embargo si va a ser usado -como en este caso- en contra de los más virtuosos quizá sea mejor dejar las cosas como están.



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