Estoy suscrito a Conversaciones con la historia, un programa que Harry Kreisler mantiene desde hace más de 25 años y que consiste normalmente en entrevistas a autores de libros de cierta relevancia en el ámbito político, social, diplómatico o militar. Luego de esa cantidad de tiempo el archivo de los programas constituye un acervo valioso para el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de California en Berkeley.
Todas las entrevistas son interesantes, Kreisler invariablemente comienza averiguando la procedencia del entrevistado y la relación con sus padres y maestros, etc. La última entrevista que ví (realizada en agosto) es con Jane Mayer (en la foto, con Kreisler), que publicó en junio un libro titulado The Dark Side cuyo subtítulo es más que ilustrativo: La historia de cómo la guerra contra el terror se convirtió en la guerra contra los ideales (norte)americanos.
Mayer investigó los “intríngulis” de la Casa Blanca, militares, FBI, incluso prisioneros de Guantánamo para llegar a la convicción expresada en el subtítulo: el comportamiento del gobierno norteamericano ante el desastre del 11 de septiembre (2001) condujo a una severa pérdida del sentido moral del que tanto se precian en esa potencia mundial.
En la entrevista Mayer hace una serie de declaraciones que suenan impactantes:
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Se impresionó por la pequeña cantidad de individuos que influyen en los eventos y el tremendo poder de tan sólo un par de individuos.
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Rumsfeld y Cheney conocían más el juego político de Washington que el propio Bush; ellos se vieron muy afectados por el asunto Watergate, que condujo en su momento a limitaciones en las labores de inteligencia y su supervisión por el Congreso.
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Cheney culpó al Congreso en el caso Irán-Contras por impedir al presidente (Reagan) hacer política exterior. Una conclusión excéntrica (¡por decir lo menos!) según Mayer.
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Quien coloca las opciones alternativas para una decisión relevante ante el presidente tiene el poder real (esto es, no es el presidente quien pone las opciones de una decisión).
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Tenet (jefe de la CIA) se comportó como un buen empleado y sólo buscaba complacer a su jefe, el presidente.
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Ninguna de las figuras principales eran abogados, ni el presidente, ni el vicepresidente, ni el jefe de la CIA, etc. (Kreisler dice que en USA estas figuras tradicionalmente son abogados y banqueros).
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El grupo de Cheney (ultraconservador) tenía una agenda preestablecida a principios del gobierno Bush (2000); el 11-septiembre les dio la oportunidad para ejecutarla. En un ambiente más democrático -dice- no habrían podido hacerlo.
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Querían que los prisioneros de la “guerra contra el terror” estuvieran fuera de la ley norteamericana y fuera de la ley internacional (en la que no creen): fabricaron la figura de combatientes enemigos ilegales. No eran enemigos (no aplica la convención de ginebra), eran delincuentes pero no se les aplicaba la ley que corresponde; por lo tanto habría cierta clase de personas que no estaban cubiertos por ninguna ley doméstica ni internacional (esto sonaba escandaloso para algunos abogados conocedores, dice Mayer).
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El primer objetivo de este grupo (Cheney, etc.) era aumentar la inteligencia y la prevención… no traer a la justicia a los criminales, que habría sido lo normal en un gobierno normal.
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Tratar de penalizar terroristas ANTES de la ejecución de un acto tal, crea una cantidad de problemas legales (para quien le importe).
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Al principio de la guerra contra el terror, la CIA se encargaba de tratar a los prisioneros pero no tenía ninguna experiencia en interrogatorios; no tomaban prisioneros antes de esto, no tenían experiencia tampoco como carceleros de terroristas… simplemente querían que hablaran y rápido , así que hicieron varias cosas:
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Preguntaron a los gobiernos que saben de eso; gobiernos dictatoriales, militares, etc
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Se basaron en un programa militar que estaba pensado en forma defensiva para que los soldados norteamericanos soportasen todo lo posible la tortura en caso de captura por los soviéticos. Pero lo que hiceron fue copiar los métodos soviéticos de tortura (la CIA trajo asesores militares de ese programa) (y aplicarlos ofensivamente).
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A falta de mejores ideas, incluso el programa de Fox: 24, donde Jack Bauer tortura en cada capítulo, dice Mayer, fue utilizado como inspiración
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Quienes sí saben interrogar son el FBI y los militares. Ellos dirían, según Mayer: no tortures, la información que obtienes no es confiable y las consecuencias para el país… inimaginables.
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La supuesta existencia de armas de destrucción masiva en Irak fue obtenida por tortura de un personaje de Al Qaeda. Mayer cuenta que dijo lo que querían oir sus torturadores, que había armas y Hussein estaba relacionado con Al Qaeda. Luego se retractó; pero Bush y famosamente Powell ante la ONU utilizaron esa declaración falsa para invadir Irak.
El libro debe tener muchos más detalles -estos sí- aterrorizantes. A mi modo de ver, lo interesante de esta investigación es que fue publicada cuando todavía los “presuntos implicados” están el poder; resulta curioso que no haya que esperar a que pasen unos años y que Cheney esté jubilado para expresar lo que una buena parte de los norteamericanos (y la casi totalidad del resto del mundo) piensa de sus “métodos” aunque no parece probable que vayan a enjuiciarlo.
Estos sí son periodistas.