Que no se entere Darío, pero he visto por primera (y última) vez la famosa Una naranja mecánica de Stanley Kubrick cuando se aproxima al cuadragésimo aniversario de su realización y creo que he cubierto ampliamente mi cuota personal en lo que a ver películas de este director se refiere.
Alguna vez soporté en una madrugada de ocio las veintisiete horas de baile circular en 2001: una odisea espacial , y por sugerencia de Yrvis aguanté El Resplandor ; así que ya.
Que las películas de Kubrick sean un ladrillo no significa por cierto que no sean interesantes; pero ciertamente debe haber mejores maneras de transportar un mensaje. Caso: 2001 está basada en ‘El Centinela’ de Arthur Clarke, un cuento que si mal no recuerdo se puede leer en menos de una hora, en cambio, la película parece inacabable.
La ‘Naranja Mecánica’ dura dos horas y diecisiete minutos (o algo así), y es difícil no sentirse mal al verla, en parte por la temática violenta y en parte por la suma de paredes, libros, vestidos, etc. de color naranja o rojo que cargan tanto como el contenido.
El asunto: ¿puede (debe) una sociedad aplicar tratamientos antiviolencia a un individuo aunque esto le prive de su voluntad natural? ¿Hay una forma de erradicar el mal? ¿No es peor la sociedad enferma que un individuo enfermo?
Está basada en la novela homónima de Anthony Burgess (1962) que incluye una especie de jerga maligna utilizada por el protagonista Alex (Malcolm McDowell, en la imagen) en la narración sobreimpuesta en la película; de allí que el título pueda entenderse también como ‘un mono (orang, síncopa de orangután) mecánico’ que es lo que sería una persona privada de su libre albredrío. Lástima que eso no se percibe en la traducción porque resume bien el espíritu del argumento y evitaría quizá tener que verla para enterarse.