Estoy cumpliendo treinta años -que se dice rápido- desde que estudié programación (Fortran, para más detalles) y comencé a trabajar como auxiliar de investigación en el Laboratorio de Técnicas Avanzadas en Diseño, creado por el venerable Gonzalo Vélez.
El asunto no sería motivo de alharaca sino fuese porque aquellos (3) años vividos en un ámbito de creación e innovación contínua marcaron mi percepción (la “prejuiciaron” también) de lo que es una universidad, y muy lamentablemente, en la búsqueda de un espacio similar he transcurrido el resto de este período tridecenal no sólo sin encontrarlo, sino sin ni siquiera una pequeña perspectiva de poder recrearlo nunca. Y es que la caida (¿debacle?) de las universidades (¿venezolanas solamente?) es tan evidente que no amerita explicación. Como suele decirse hoy día: cualquier imbécil es profesor; y aunque muestras sobran, aquí hay una.