De las cosas menos aprovechadas en el ámbito de las tecnologías actuales (no “nuevas”) la que más resalta es la del sonido. La situación se puede comparar con la radio: muchas emisoras, cero producción. Tantas y tantas horas de emisión radial y prácticamente ningún aprendizaje útil. 50 % musiquita, 50 % o más de propaganda (y no hay que olvidar que el porcentaje de musiquita también es propaganda). Alguna noticia. Más nada.
Por otro lado, es casi increíble la facilidad que tiene un oyente para atender a lo que escucha y a otra cosa que puede estar haciendo simultáneamente. De allí lo de la gran oportunidad desaprovechada. Quienes padecemos sin remedio la “autopista” regional del centro nos vemos obligados a soportar cualquier cantidad de musiquita y propagandas; la única excepción consiste en una emisora ‘vial informativa’ que da información sobre lo que es evidente: hay cola aquí, habrá allá, los peajes están congestionados, no hay vías alternas, etcétera.
Sin embargo, hay ocasiones en que un dato de esta emisora permite evitar algo de la inevitable cola que más tarde o más lejos encontrarás. Es en ese contexto que los tocadores de formatos comprimidos de audio (típicamente MP3) vienen a cumplir una función que podríamos llamar educativa. Es algo que también se puede hacer con lectores de CD, pero es más práctico con estos “bichitos”.
He escuchado algunas conferencias e incluso algún libro grabado por lectores humanos, y por supuesto es mucho más grato que escuchar propagandas estridentes. Pero con ocasión de la búsqueda de algún libro para entretener esas horas perdidas me encontré con algo que no por conocido deja de sorprender. Conseguí un libro completo leído mediante una voz autómata que me ha impresionado por su claridad. El libro es ‘La revelación de los templarios’ y no merece mayor atención; sin embargo, la lectura de esta robot, porque es una voz femenina, impacta porque lee mejor que mucha gente que uno conoce. Los errores que comete se deben a algún acento mal colocado o a la presencia en el texto de nombres extranjeros (como los autores del libro) que pronuncia tal como se leen en la grafía española.
El único otro inconveniente es la velocidad, que aunque correcta para la lectura, se hace pesada al rato debido a la constancia implacable de la lectora. Viendo la cantidad de libros en formato electrónico que tengo en cola para leer ‘algún dia’ es evidente que si logro convertirlos en audio digital los podré escuchar con más probabilidad que leerlos en la pantalla del computador.
Recordé que dispongo de un programa lector de este tipo denominado
festival. Tras una pequeña búsqueda veo que el
escritorio que utilizo (KDE) tiene una interfaz gráfica que facilita su uso. Lo que faltaría es
recoger el sonido de la lectura en un archivo, cosa que hace con facilidad
Audacity, tras lo cual se puede comprimir el resultado en
formato MP3 o Vorbis. Lo demás sería automatizar el proceso para convertir todos esos libros en
audio.
Entre otras ventajas está la de no requerir personal, comprometido por horas para leer con tono uniforme textos que posiblemente no le interesan. La versión de ‘festival’ de que dispongo tiene una sola voz en español, masculina y castiza. Se equivoca bastante con los guiones y otros signos atravesados en el texto, pero en general es entendible y esos detalles se pueden corregir si uno es el que está produciendo el material.
Supongo que para convencer a los más escépticos debo aportar una prueba, y aquí está (4,5 minutos, mp3, 777 KB).