Apegada al puerto, rodeada de prados, industriosa para mal y para bien, el estuario es ahora más corto y también más limpio.
A espaldas de la laguna, cercana a la cordillera, al final del valle entre valles, ya sin cultivos y con denso ajetreo.
Dominada por la montaña iconizada, sube por las pendientes que una vez la rodearon, concentrada hasta el hastío, colmada de gente y artefactos.
En lo alto, en lo frío, resistiendo ante todas las penalidades, capital una vez, importante siempre.
Pueblo de paso, encrucijada, puerta y destino.
Entre ríos aluviales, acogida entre altísimas montañas, tierra ancestral ahora quizá degradada.
Seca y ventosa, nueva, amplia sobre el mar, lejos de todo.
Esquina esteparia de la ciudad enorme, no rural pero sí remota.
Habitada desde mucho antes de que las ciudades fuesen nombradas, en piedemonte testigo de todas las invenciones y crueldades, sigue en el centro de los orígenes.