Esta nota de Ars Secreta me recordó que la Biblioteca Nacional de España tiene el servicio Biblioteca Digital Hispánica donde se encuentran un número importante de reproducciones digitales de libros y manuscritos antiguos; en el denominado Obras Maestras hay unos 150, de los cuales 10 se encuentran en la clasificación Historia de América.
Un primer acercamiento me lleva a revisar Ouiedo de la natural hystoria de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), publicado en 1526, y que muestra entre otras cosas, el asombro por la naturaleza americana.
Varias cosas llaman la atención, una es la consistencia, ya en ese tiempo utiliza nombres todavía comunes como guayacán, mamey, guayaba, hobo (jobo), guanábana, bijao, etc., y eso aunque hace un gran esfuerzo por asimilar lo que encuentra con las cosas que conoce (como hicieron todos los colonizadores).
La otra, más notoria, es la ortografía (o su carencia, diría yo), que hace bastante difícil leer el texto; pero como Oviedo dedica un capítulo a los árboles grandes y allí a uno en particular, me pareció pertinente hacer el esfuerzo. En una transcripción lo más aproximada que se me ocurre, dice:
Aruoles grandes. Cap.lxxviii. A tierra firme ay tan grandes aruoles que fi yo hablaffe en parte que no ouvieffe tantos teftigos de vifta con temoz lo ofaria dezir. Digo que a vna legua del Darien o cibdad de ftä Maria del antigua paffa un rio harto ancho…
En casi 500 años que han pasado, no deja de ser notable que la lengua sea tan legible, una vez solventada la tranca inicial que es puramente ortográfica. El libro tiene pocas ilustraciones, una de las más grandes es esa del mayor árbol que Oviedo vió, y que detalla en esta descripción (con ortografía actualizada):
El mayor árbol que yo he visto en aquellas partes ni en otras fue en la provincia de Guaturo; el Cacique de la cual estando rebelado de la obediencia y servicio de V.M. yo fui a buscarle y le prendí; pasando con la gente que conmigo iba por una sierra muy alta y muy llena de árboles; en lo alto de ella topamos un árbol entre los otros, que tenía tres raíces, o partes de él, en triángulo a manera de trébedes, y dejaba entre cada uno de estos tres pies abierto más espacio de veinte pies, y tan alto que una muy ancha carreta […] cupiera muy holgadamente por cualquiera de todas tres lumbres, o espacio que quedaba de pie a pie […] Algunos españoles subieron por el dicho árbol y yo fui uno de ellos; y desde adonde llegué por él, que fue hasta cerca de donde comenzaba a echar brazos, o las ramas, era cosa de maravilla ver la mucha tierra que desde allí se parescía hacia la parte de la provincia de Abrayme. Tenía muy buen subidero el dicho árbol porque estaban muchos bejucos rodeados al dicho árbol, que hacían en él muy seguros escalones […] Yo le puse nombre a aquella montaña, la Sierra del Arbol de las Trébedes. Esto que he dicho vió toda la gente que conmigo iba quando como dicho es yo prendí al dicho Cacique de Guaturo en el año de M.D.xxii.
Aparte del papel secundario que Oviedo da a la captura del cacique, parece que ninguno de los nombres de sitios se mantiene en el área donde estas cosas ocurrieron: Panamá, exceptuando el de Darién. No es difícil imaginar la impresión que se llevarían los primeros europeos cuando vieron la cantidad y variedad de árboles, en particular en las selvas, ya que cualquiera tiene esa impresión cuando llega a una.
No sé si el árbol de las “trébedes” (trípodes) sería como los cucharos Gyranthera caribensis que se ven con frecuencia en la selva nublada del Parque Henri Pittier, se me antoja que sí; o quizá un “matapalo” como este que se ve en la foto, tiene menos de ochenta años, un muchacho pues, y ya se aprecia en lo que se puede convertir (y ¿cómo sé la edad que tiene? Fácil: las raíces están situadas sobre el muro que limita la Estación Biológica de Rancho Grande, que debe ser de los años treinta del siglo pasado).
Actualización marzo 2020:
En este sitio identifican el árbol gigantesco con la Ceiba Pentandra, cosa que también luce creíble.