Este libro de Kader Abdolah se puede ver desde varias perspectivas, seguramente porque así fue concebido: puede parecer una historia contemporánea de Irán, o al menos la que incluye las dos o tres últimas generaciones; puede considerarse un estudio de la relación de un hijo (Ismail) con su padre sordomudo Akbar, o puede verse como un lamento de exiliado -aunque no al estilo de Sofocleto que hizo varios connotados-.
Y es que Abdolah (nombre real: Hossein Sadjadi Ghaemmaghami Farahani) es un iraní que emigró a Holanda a fines de los años ochenta y escribe en ¡holandés!. No sé hasta qué punto este libro es autobiográfico, pero aparenta serlo en buena medida. Está escrito a medias entre el escritor y el personaje de Ismail, es una evocación de los tiempos vividos en Irán por el propio Ismail, años cincuenta-setenta principalmente, que se centra en la vida de Akbar y así refleja los acontecimientos iraníes del siglo XX. Akbar nunca aprendió a leer o escribir, pero impresionado por un grabado cuneiforme muy visitado en una cueva de la montaña del Azafrán, realizó un diario que Ismail descifra -sin dar explicación- cuando ya se encuentra en Holanda.
Una lectura recomendada, por nostálgica entre otras razones. Tengo la impresión de que Abdolah hace un mejunje de tipos y paisajes persas como para presentar unitariamente a su país, y lo logra. Sin embargo, veo el libro también como una descripción de esa adoración por las montañas que algunas personas sufren. Desde el principio, menciona frecuentemente la montaña del Azafrán que no está identificada y por tanto de alguna manera es símbolo de todas las montañas y aparece en casi todos los capítulos del libro.
A pesar de esa desubicación, no he aguantado la tentación de darle forma y he llegado a la conclusión de que alude a los montes Binalud, entre Nishapur y Mashhad; me parece que se ajusta a las descripciones y peripecias y por otra parte toda la región es la mayor productora de azafrán del mundo. Lo bueno de este supuesto es que difícilmente vendrá Abdolah a rebatirlo.
Ya cerca del final, Ismail dice: El poeta holandés R. H. van den Hoofdakker tiene razón cuando habla de las montañas. Aunque ahora vivo en el pólder, sé que he dejado mi ser, y el de mi padre, en aquellas cumbres, del mismo modo en que lo han hecho tantos otros.
Con este libro me pasan un par de cosas que ameritarían explicación cuando menos psicológica.
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El estilo y tono general me recuerdan mucho a ‘Platero y yo’, cosa sorprendente donde las haya porque ¡no lo he leído!
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Estoy totalmente convencido de que el título en español El reflejo de las palabras , no es una buena traducción del holandés “Spijkerschrift”; más bien creo que significa quizá ’escritura parlante’, esto por la autoridad que me confiere un auténtico y total desconocimiento del holandés (una consulta a un diccionario internético me dice que es la palabra holandesa para cuneiforme ).